De un año de mierda a un triplete inesperado
El año 2025 empezó de mierda. Así, sin rodeos.
Porque la vida, aunque la planifiques, siempre encuentra la forma de recordarte que no tienes el control de casi nada, salvo de cómo gestionas tu interior. Haces planes, crees que has elegido bien a tus socios para un proyecto muy innovador… y de pronto, todo se va al carajo, todo se desmorona.
Treinta años dedicados a la innovación y la transformación te enseñan eso: que la resiliencia no se estudia, se entrena. Que los tropiezos te curten y los silencios te hacen pensar. Que cada etapa tiene su propósito, incluso cuando duele.
Pero también te enseña que, si sigues fiel a tus valores, la vida te devuelve los frutos cuando menos lo esperas.
Y así, casi sin planearlo, 2025 ha terminado convirtiéndose en mi “triplete de la innovación”:
¿Se puede pedir más? Tal vez no. Pero sí se puede agradecer más. Porque detrás de cada reconocimiento hay una red de personas de los que aprendes y que te inspiran.
Cumplir 60 años y mirar atrás con la sensación de haber dedicado media vida a innovar no es poca cosa. Lo he hecho desde la convicción de que innovar no es una moda, sino una actitud vital. Una manera de dejar legado, de demostrar que el cambio no es enemigo del bienestar, sino su mejor aliado.
Ahora solo me queda un deseo: que pasemos del “innovar para que, si nos va de puta madre” al “vamos a innovar porque no sabemos qué pasará en seis meses, pero queremos llegar preparados”.
Ese es, para mí, el verdadero significado de este triplete: no ganar tres premios, sino seguir creyendo que la innovación es el mejor camino para vivir con propósito y estar preparados para lo que venga, que visto lo visto, a mi ya no me sorprende nada.

